2007-12-09

Zaratamo



Ametsen Museoa (Eidabe). Casa de la Cultura de Elexalde (Zaratamo). 30.11.2007

Tras hacernos bailar en la plaza de tantos pueblos con Kanpanolue, en esta ocasión Eidabe nos invita a soñar. Esta obra, diseñada para espacio cerrado, enseña a los más pequeños a interpretar los cuadros de una manera sencilla pero efectiva; un niño sin edad definida (Aitor Fernandino) ve cómo un museo se convierte poco a poco en un espacio mágico, esto es, ve cómo puede apreciarse un museo.

En lo que a la estructura se refiere, el hilo narrativo está francamente cuidado: de una visión estática e inerte, el protagonista pasa a notar el movimiento de los cuadros; de igual manera pasa del negro al claroscuro, y de éste a los colores, para finalmente pintar-soñar su propio cuadro-sueño en un in crescendo evidente que logra una fusión de gran belleza con los cuadros elegidos como atrezzo.

Si bien los personajes son planos, sí se observa el viaje iniciático del héroe en el niño protagonista, y es que consigue aprender a soñar de mano de su alter ego: un pintor con extraño acento francés (Urko Olazabal), siempre al servicio del niño. Pero para romper lo plano de estos personajes, la obra cuenta con las oportunas apariciones de la tercera actriz (Naiara López de Olano), que, caracterizada de un sinfín de personajes (bruja, anciana, señora de la limpieza, una menina, la Gioconda…), rompe, interrumpe y corta la acción principal del niño y el pintor, y dota a la obra de vida y ritmo, convirtiéndose además en colaboradora del pintor a la hora de enseñarnos a soñar.

Es digno de mención el gran mestizaje de lenguajes que se entrecruzan en una obra que apenas llega a la hora de duración: el aspecto narrativo del cuento clásico, la puesta en escena del actor y del teatro clásicos, música y coreografías, imágenes plásticas (tanto con los cuadros, como en las escenas estáticas que logran los actores), el humor del clown, la intertextualidad con Alicia en el país de las maravillas de Carroll, las apariciones guiñolescas desde las ventanas del telón de fondo, guiños al cine, feed-back con el público, la imitación a la clase del maestro de escuela… todo en su momento, bien mezclado en el guión y mejor orquestado en la dirección; un trabajo de auténtico encaje de bolillos que fluye con la precisión y ritmo de un reloj suizo.


En definitiva, una obra que, a pesar de su humildad, es el resultado de un trabajo cuidado, bien hecho y bien diseñado: ágil pero profundo, serio pero divertido y ameno, clásico pero contemporáneo, sin olvidar –y es digno de ver- el silencio y atención que los actores consiguen entre un público tan difícil como es el infantil.


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